Y el pinchazo del gemelo fue el 1 de noviembre. Y Óscar me dijo que pedaleara la primera semana. Y me dijo que la segunda trotara y estirara. Y eso hice. Diez minutos un día. 6 kilómetros otro -éste fue el segundo largo más ídem, creo-. Quince otro. Diez el último. Sobrado, pensé.
Y no te digo que casi sobreentrenado por vergüenza. En fin. Día 14 de noviembre, 14:00. A por el dorsal. Museo Príncipe Felipe. Subir escaleras. Ir al quinto c*ño, o sea, al otro extremo. Coger dorsal. Volver del quinto c*ño. Bajar escaleras. A por la bolsa. Entrar en el Museo Príncipe Felipe. Atravesar la feria del corredor para ir al quinto c*ño otra vez. Al mismo extremo de antes, pero en el piso de abajo. Lo de poder usar unas escaleritas que te lleven abajo directo, oye…como que no. Volver del quinto c*ño. Tener miedo de meterte en la feria otra vez por miedo a no encontrar la salida. Salir. Aire puro.
Es de noche. Merda.
Me quedo, eso sí, con las vistas desde la pasarela del Museo ése...
Día 15 de noviembre. 7:56. Aparco donde nunca he tenido problemas pero este año solo quedan diez plazas como quien dice. Primera conclusión: a mayor número de corredores, más gente, más agonías que madrugan, menos sitio. No lo digo por Isaac. Me parece entender que está ayudando a hinchar los arcos.
Pero pese a los 16000 corredores, nosotros seremos cuatro gatos los que nos citaremos a las ocho y media en la equis que, muy amablemente, puso Pedro en el plano. Y los cuatro gatos nos plasmamos para la posteridad. El día amenaza de todo menos tormenta. Ojo, habrá que beber porque el calor va a ser más que interesante.
Anna nos saca así de buenorros y nos vamos para la salida.
Vicen, muy triste y cabizbajo, se va para el cajón de los que van en moto, o sea, los que quieren bajar de tres horas en hacer todo el maratón. Así, enterito. Bruto el nene. Es una mala influencia. Pero eso sí, habrá que creer lo que dice porque lo va a conseguir y, además, holgadamente.
El resto saldremos del cajón de 3:30. Y sin andar con muchas historias, nos ponemos al lío. Ni que decir tiene que voy a ir toda la carrera a mi bola. Intentando moverme en un ritmo cómodo a 5:10/5:15…merda, 168 pulsaciones en el segundo kilómetro a ese ritmo. Pues eso, como decía, vamos a movernos con cierta comodidad a 5:20/5:25 el kilómetro esperando como el cuerpo asimila esos primeros instantes y, más importante, como lo hace el gemelo.
Y los primeros kilómetros pasan medio bien. La mejor noticia es, por una parte, ver a Josep animando en la curva de entrada en Tarongers y, por otra, que desaparece el temor a que se me cargue el gemelo malo pues quien lo hace es el bueno. Y, encima, me alegro.
La recta de Tarongers sigo pensando que es eterna. Me imagino a Filipides corriendo por su Grecia natal y cascándose una recta enorme y luego volviendo por una paralela. Y después, claro, dándose una palmada en la frente en plan "qué soldado griego más tonto estoy hecho".
Por cierto, en este tramo me voy al suelo. Bueno, creo más bien que alguien me zancadillea, pero como tampoco sé si es que me cruzo o zigzaguea o lo que sea, tampoco le doy más importancia, vamos, que me cagoensup*tamadre cuatro millones de veces y sigo. Que van 7 kilómetros. Bueno, que quedan 35.
Y en Blasco Ibáñez pasamos el 10 medio decentemente. Aunque más rápido parecen ir los que vienen en el otro sentido, levantando una polvareda que no es ni normal. Y el 11. Y el 12 en Hermanos Machado. Y ahí noto una ampolla en el dedo gordo del pie izquierdo que va a ser molesta. Y eso que embadurné los pies en vaselina que daba gusto. Vamos, que me puse el calcetín enganchado con una cuerda al tobillo porque no había forma que se quedara puesto…Y luego noto que, cuando estiro la pierna, ahí un dolorcillo en la zona inguinal.
Y del gemelo, ni rastro. El maratón es una sucesión de problemas físicos. A cada rato te dolerá una cosa. Así que nada de esto me preocupa. Pasamos el 15. Primer trago de isotónico en vaso. Buen invento. No sé cuánta gente ha perecido ahogada por intentar beber isotónico en un vaso. ¿50?, ¿60? no sé cuántos euros la inscripción, más patrocinadores, más ayudas…y el isotónico te lo dan en un vasito. Bueno, no, te lo dan en un vaso. De hecho, creo que sería más justo definir el traguito te lo dan en un vaso.
Vamos a usar términos relativos para tratar de explicar esta contingencia: el todo es el traguito. Pues bien, cuando tratas de beber del vaso. Una pequeña parte o mierda porcentual es lo que bebes acompañado de aire que es lo que te ahoga. El resto, o casi todo el traguito, es lo que te tiras por la barbilla, camiseta y demás…
Así que mientras intento quitar el color azul de los cuatro pelos a los que mal-llamo barba, entramos en la Alameda y mi mamá está animando oeoeoe. Y la animación aquí es notable. De hecho, en cuanto te quieres dar cuenta, ya estás nuevamente en Blasco Ibáñez y antes de acercarte al 20 tenemos nuevamente la posibilidad de bañarnos en el traguito correspondiente. Y lo hacemos.
Y dejamos Serrería. Y nos encaminamos a la Calle de La Reina. Camino del kilómetro 21. Y en ese breve lapso de tiempo el gemelo malo dijo que ahí estaba él. Y se cargó cienmil. Y así no se podía correr. Y a mí me gusta correr. Excepto cuando me canso, que me gusta descansar. Y traté de estirarlo. Y nada. Y si hace bicicleta, pues haría triatlones, no???. Bueno, que eso, y nada. No había forma.
Y aquí se acabó todo.
Y como nos sabíamos el final, nos quitamos el dorsal y nos pusimos a caminar. Y pasó el globo de 3h45. E Isaac me hizo un robado.
Y antes que se forre con la exclusiva, pues lo cuelgo. El robado, a Isaac no.
Y de allí a meta con el fotógrafo de L'Olleria. Persona muy maja, sí. Hablando de maratones y de no ir preparados. De ver a la gente sufrir. De hablar que todo no se puede. De, en fin, concluir que esto es un hobby, una diversión…y, bueno, en dos días a correr.
Que en tres semanas está Castellón.
Si es que, en el fondo, no aprendemos.